A nadie se le escapa que odios, egoísmos,
egocentrismos, orgullos mal entendidos dificultan día a día nuestra
convivencia. También tenemos claro que lo opuesto (humildad, generosidad,
autocontrol, etc) producen el efecto contrario: nos ayudan a crear climas de
confianza, entre los individuos y con nosotros mismos.
Huyo siempre de poner títulos
negativos. Lo negativo se contagia a toda nuestra realidad, y negativiza (valga
la redundancia) nuestra percepción de las cosas y las personas. Pero el tema de
hoy es un negativo per sé.
Hace muchos años llegó a mis
manos un libro escrito por Daniel Goleman (conocido por la Inteligencia
Emocional) titulado “Emociones destructivas, como entenderlas y mejorarlas”. Me
hizo pensar. Y como dicen que hay dos tipos de tontos (los que prestan los
libros y los que los devuelven) me quede sin él. Me lo he vuelto a comprar, y
su relectura me hace volver a reflexionar sobre algo tan preocupante.
El libro está basado en los
diálogos entre el Dalai Lama y diversos científicos, psicólogos, monjes y
filósofos. Pone de relieve la poca vida interior que tenemos en occidente, pues
la inmensa mayoría damos mayor importancia a lo exterior, a lo que se ve, a las
relaciones con los demás. Como decía Stephen R.Covey en su libro “Los 7 hábitos
de la gente altamente efectiva”, lo primero tiene que ser la victoria interior
y, sólo así, se logrará la victoria exterior. Damos, en definitiva, demasiada
importancia a las relaciones sociales. Como consecuencia de ello sufrimos una
“analfabetismo emocional”, no nos enseñan a
entender y controlar nuestras emociones, tanto positivas como negativas.
Las emociones son condiciones
propias e inherentes al ser humano. Son respuestas del cerebro y suponen el
verdadero motivante de nuestras acciones y el gran condicionante de nuestras
conductas. Las emociones que sentimos condicionan la percepción que tenemos
tanto de nosotros mismos como de lo que nos rodea. Y las mismas son
condicionantes asimismo de la confianza, pues la misma genera a su vez
emociones positivas.
Sin embargo hay algunas que dañan
a los demás o a nosotros mismos. Son las que Goleman denomina emociones
destructivas, por contraponerlas a las emociones constructivas. Son el
verdadero cáncer de la sociedad actual. Y, como le cáncer, puede ser curado o
llevarnos a un drástico final.
Las emociones destructivas nublan
el cerebro y la razón. Nos llevan a
decir cosas y a realizar acciones de las que después fácilmente nos arrepentiremos.
No en vano, se originan en el cerebro reptilíneo, que la parte del cerebro que compartimos con los
animales. Da que pensar.
Pero, ¿Cuáles son esas emociones
o estados mentales destructivos? Como se suele decir vulgarmente, “esa pregunta
da para una tesis”. Hay quien opina que las dos emociones básicas son la
atracción y el rechazo. De ellas se derivan todas las demás. Sin embargo, las
escrituras budistas hablan de ochenta y cuatro mil tipos de emociones
negativas. Por practicidad, destacaremos cinco principales: odio, deseo,
ignorancia, orgullo y envidia.
El odio es la más destructiva de
todas las emociones. Al primero y al que más destruye es al que sufre, sin duda,
pero sus secuelas se dejan sentir después. Lo difícil de lograr, sin duda, es
tener la capacidad de no odiar. Está relacionado
con otras emociones, como el resentimiento, la enemistad, el desprecio, la
aversión, etc.
Para los budistas hay tres venenos:
el odio, deseo y la ignorancia. A nosotros nos sorprende que la ignorancia sea
una emoción. Lo de destructivo a mí por lo menos no. Ya se sabe que la
ignorancia es temeraria. Para ellos la ignorancia también nubla el cerebro, por
lo que debe ser considerada como una emoción. Sin embargo, para nosotros, el
deseo es considerado como positivo, si bien puede convertirse en destructivo
cuando se convierte en adictivo, o cuando se confunden deseos con necesidades.
De la envidia mejor no hablar. Sin
duda “es el deporte nacional”. Hay quien dice que hay envidia sana, que
despierta deseos de querer ser o tener. Sin duda otro debate
La ira, las fobias, el
egocentrismo, egoísmo, odio a uno mismo, ausencia o baja autoestima, exceso de
confianza, desprecio, indignación, miedo, vergüenza, venganza, culpa... y un
largo etc, son los ladrillos del muro de
la falta de entendimiento en nuestro día a día. Pensemos sobre ello y
preguntémonos cómo podemos superarlas o contrarrestarlas.
Lo primero hay que determinar si
podemos liberarnos por completo de las emociones destructivas. Los budistas y los neurocientíficos coinciden en este
punto al afirmar que la cuestión primordial es el entrenamiento de la mente.
Occidente controla ciertas emociones destructivas con la farmacología. Sin
embargo, dada la característica del cerebro conocida como plasticidad, podemos
moldear nuestra respuesta y comportamiento, como se aprenden habilidades
intelectuales o físicas. A este respecto recomiendo el libro de Eduard Punset
el “alma está en el cerebro”.
Para lograr superar esos estados emocionales es importante
cuidar el lenguaje que utilizamos, pues condicionan la realidad que se crea el
individuo e influye en la de terceros
Controlar cada día un poco más
nuestras emociones nos ayuda a ser cada día más extraordinarios, mejores
personas, lo que supondría en la práctica:
- Emanar sensación de bondad, pero como estado de la persona
- Falta de interés personal. Despreocupación por la satisfacción, fama, ego.
- Aportar a los demás, hacen que los demás se sienten a gusto con ellos.
- Capacidad de atención y concentración
- Falta de interés personal. Despreocupación por la satisfacción, fama, ego.
- Aportar a los demás, hacen que los demás se sienten a gusto con ellos.
- Capacidad de atención y concentración
Mucho que pensar y mucho camino que recorrer. Nos jugamos
mucho.
Antonio Burgueño Jerez
Patrono Fundación Pro
Humanismo y Eficiencia en la Sanidad
Jefe Desarrollo Negocio y Calidad Concesiones Ribera Salud
Excelente reflexión.
ResponderEliminarAhora me pregunto lo siguiente: ¿afecta todo esto de algún modo a la sanidad? ¿Es posible que algo tan subjetivo como un sentimiento, una emoción, pueda afectar a su funcionamiento, que tan objetivo debería resultar?
Mi opinión, basada en mi experiencia, es que sí. Es frecuente, y cada vez más en tiempos de crisis, ver cómo los celos profesionales nos privan de un buen profesional (el clásico "quítame tú que me ponga yo" que se puede fácilmente observar entre residentes de último año deseosos de conservar su buen sueldo durante algunos meses más). Se llega a ver de todo...
Pero entre los profesionales ya asentados también se vislumbran tristemente este tipo de actitudes y el interés, el orgullo, y algún que otro primo hermano pueden llegar a aflorar en detrimento de la buena praxis.
La esencia de la medicina vocacional se pierde entre tanto desconcierto.