En ocasiones, la vida nos
ofrece oportunidades extraordinarias de conocer personas y realidades que nos
permiten adquirir conciencia del largo camino que nos queda por recorrer para
alcanzar el bien.
Yo tuve la suerte de conocer
a Vicente Ferrer en el año 2001. El destino hizo que estuviera en Valencia
buscando apoyo en el área de salud donde la Fundación ha
desarrollado tantos proyectos. Y tuvimos la oportunidad de firmar un convenio
de hermanamiento entre el Hospital de La Ribera y el Hospital de Bathalapalli, el último y
más emblemático de los tres centros que la Fundación tenía ya en la provincia india de
Anantapur (Kalyandurg, Kanecal y Bathalapalli).
Las palabras que dejó
escritas en su firma en el libro de honor del Hospital de La Ribera , ya son en sí, una
declaración y un aprendizaje de su humanismo y espíritu de cooperación:
“Los
hijos de una madre no son hermanos. Lo son cuando se ayudan el uno al otro”.
Esta visita fue el comienzo
de una relación que, en lo personal, me marcó profundamente y ha influido en
mis valores y valoraciones de la vida, y en lo profesional, ha sido enormemente
gratificante para todos los que en mayor o menor medida, participamos en
proyectos de cooperación.
Estar viviendo en las
instalaciones de la Fundación
en La India ,
poder ayudar y aportar ideas, líneas de colaboración y estrategias para
gestionar sus hospitales y el área de salud rural de la Fundación , fue un regalo
del destino que no podré agradecer nunca lo suficiente.
Y profesionales del Hospital
de La Ribera
pasaron varios meses trabajando en el terreno junto a profesionales de los
hospitales de la Fundación ,
principalmente con el de Bathalapalli, para poder plantear proyectos de
colaboración concretos, homogeneizando procedimientos, formando al personal, colaborando
en la priorización de necesidades para conseguir mayor impacto en la salud de la
población con los recursos disponibles …. Fue una oportunidad única, y me
gustaría reconocer la labor de todos los que ofrecieron sus conocimientos, su
esfuerzo y sobre todo su tiempo, bien escaso y por ello muy valioso, a favor de
esta causa tan hermosa.
En cuanto a los resultados
obtenidos, están ahí y pueden valorarse, por lo que no me detendré demasiado.
El propio gobierno indio reconoció
nuestra labor mediante un premio otorgado por la protocolización (higiene
hospitalaria, y control de residuos). Y
se consiguió en la farmacia de los tres hospitales un ahorro superior a
500.000€ (con lo que esto supone en La
India ), elaborando una guía farmacoterapeútica moderna y
adecuada a sus necesidades, y organizando la compra directa. Un ahorro que
podía ser destinado a otros puntos de atención de la población y cubrir mejor
sus carencias básicas.
Son algunas de las cosas en
las que centramos nuestra cooperación. A cambio ellos a nosotros nos
demostraron cuantas cosas superfluas ocupan y enmarañan nuestras vidas, con qué
poco podemos ser felices y cuántas cosas se pueden mejorar con pocos medios
pero un esfuerzo común y generoso. En definitiva, nosotros nos quejamos por el
5% que nos falta y ellos dan las gracias por el 5% que tienen.
Y el propio Vicente. Verle
de cerca, poder hablar con él muchas horas explicándote sus reflexiones,
pensamientos y proyectos, con su voz pausada y profunda. Y poder mirarle a los
ojos, que transmitían paz y sabiduría y que parecían que radiografiaban tu
cuerpo y tu alma. Ha sido una suerte que agradezco profundamente a Dios (al
gran relojero de este mundo, como el lo llamaba), porque sé que no estaré
nunca más cerca del concepto de
santidad, que en las ocasiones que estuve con Vicente Ferrer.
Aprendimos que de la fe y de
la fortaleza de un solo hombre se había levantado una obra que no se puede
describir con palabras. Hospitales, escuelas, centros de discapacitados, casas,
pozos, red social rural y un larguísimo etcétera, es la obra de una vida y de
un hombre que nos ha demostrado la verdadera potencia del ser humano cuando
canaliza toda su fuerza en hacer el bien. Ese fue el mayor aprendizaje. Y nos
enorgullece saber que el propio Vicente reconoció nuestra colaboración poniendo
mi nombre (“sala Alberto de Rosa”) a la planta de hospitalización de
traumatología masculina del Hospital. Algo tangible ha quedado de nuestro
proyecto.
Tenemos que seguir luchando por la obra que empezó
Vicente Ferrer, un español que vivió, amó y ayudó a la humanidad hasta el final
de sus días. Algunos de los planes en los que nos pidió colaboración solo se
esbozaron, su capacidad de trabajo y de visión de futuro dejó muchos proyectos
marcándonos el camino por el que todos debemos seguir. Quiero que todos
pensemos que un granito de arena en este caso sí que sirve para hacer enormes
castillos de bien. Yo lo he visto. Y nuestro reto es conseguir que su obra
continúe. Mi colaboración comenzó cuando dirigía el hospital de la Ribera y en mi actual
dirección al frente del grupo Ribera Salud, sigo atento para contribuir en todo
lo que pueda mejorar la salud de ese hermano de otra madre que consideramos
unido por algo más grande que la sangre: el sueño de Vicente.