Los
profesionales del sistema, en no pocas ocasiones, como se dice vulgarmente, “perdemos
el norte”. El fin de toda nuestra actuación es la sociedad en general, y la
persona en particular. Y no sólo el paciente, entendiendo como tal el que tiene
una enfermedad. La lectura del libro de
Schaeffer, “La medicina y nuestro tiempo”, de 1968, suscita una reflexión que,
además de válida hoy en día, permite vislumbrar los puntos críticos de la
eficiencia de la sanidad desde la persona. Humanismo y eficiencia de la mano.
Schaeffer parte de la actitud del enfermo ante la
enfermedad primero, y de este ante la atención clínica en segundo lugar.
Entiende que dicha actitud debe ser comprendida y
conocida, para poder tenerla en cuenta en las decisiones clínicas que se tomen.
En un sistema sanitario tan complejo como el actual, afecta a la cantidad de
recursos a disponer y su dimensionamiento. Apunta en este comentario hacia una
de las claves y retos de la gestión sanitaria de hoy día: La gestión proactiva de
la demanda de servicios, cuyo fin es dar a cada paciente lo que realmente
necesita (y sólo lo que necesita) en el momento adecuado. Es decir, el reto de la optimización y la
eficiencia.
Para lograrlo
hay que entender al hombre y considerarlo en su contexto social, en tanto que
el mismo es condicionante de sus percepciones, actitudes y decisiones, también
ante la enfermedad. Llega a afirmar incluso que la sociedad está siempre en el
centro de todos los problemas médicos. No en vano, las principales patologías
de nuestra sociedad tiene su origen en estilos de vida erróneos o poco sanos,
que obliga a trabajar y hacer esfuerzos en la promoción y la prevención. Para
él, y en el contexto de su época, la importancia del papel social que
representa el hombre es desestimada por muchos médicos.
Como
consecuencia, entiende que es necesario abordar el fenómeno enfermedad con
métodos sociológicos. Es más ventajoso tratar a colectividad que al individuo.
El paciente toma
sus decisiones personales desde la libertad. Decide a su libre albedrío cuando está
enfermo y cuando no. O mejor dicho, cuando una molestia es digna de ser vista
profesionalmente y cuando no. Llega a afirmar que “Entre nosotros domina la
tendencia del hombre moderno a solventar en forma de enfermedad conflictos morales
y sociales, a perjudicar su cuerpo por abusos de toda especie como tabaco y
sobrealimentación”.
Con el progreso
de la sanidad, las enfermedades dejan de ser una crisis vital y pasan a ser una
pequeña avería. Ya en 1968 existía la opinión generalizada de q las
enfermedades son fácilmente curables. No se acepta fácilmente lo contrario. Es
un problema que ha degenerado en que cada vez más oigamos hablar del “derecho a
la salud”, como si fuera algo externo e independiente del individuo, ajeno a
sus costumbres y hábitos. Y si una enfermedad no tiene remedio se acepta con
gran dificultad. El paciente cada vez tiene más quejumbres y menor capacidad para
sufrir hasta las molestias más pequeñas.
Schaeffer
llega a afirmar que es comúnmente aceptado que “si las cosas salen bien, es
gracias a Dios, y si no se busca un abogado”. Bastante descriptivo.
¿Pero que
busca el paciente? No siempre curación, pues no siempre la persona que acude al
médico está enferma. Se siente enferma. Ya decía Lain Entralgo: el paciente no
acude a consulta porque está enfermo, sino porque se siente enfermo. Pero
cuando el hombre realmente está enfermo pasa a ser paciente.
Ante esa circunstancia
pide un mínimo de entendimiento racional de su enfermedad; pide libertad para
sus propias decisiones, o bien su facilitación efectiva por medio del consejo y
de la actitud del médico; pide honradez, o sea, rectitud en todas las
afirmaciones del médico; pide el respeto de su persona y, con él, el
cumplimiento de las reglas del trato social habituales en nuestra sociedad. Quiere
instruirse de su enfermedad. Hace proposiciones terapéuticas o se toma la
libertad de no seguir las de su médico.
Existe un grupo de “pacientes pervertidos”
que hacen imposible con su conducta el médico ideal que se preconiza. Parece
como si ya no tuviesen respeto al
médico, como si creyeran que se le puede tratar de una forma como seguramente
no tratan a un obrero manual y exigen porque dedican un tercio de su salario al
seguro. El médico es, para ellos, un asalariado del paciente. Nada más natural
que inducir al médico a extender recetas o certificados. El paciente se siente
en su derecho de exigirlos.
Y poco importa para el paciente el estado
de ánimo del médico, el paciente no tiende a comprenderlo. Y no consentirá ni
una pequeña equivocación.
En los planes de estudio poco hay de
educación para la enfermedad del hombre. Panaceas no hay, pero entre los
remedios se encuentra, en primer lugar, la enseñanza.
En
definitiva, entiende el autor que se debe grabar en la memoria de los hombres
que la salud es cara. La seguridad colectiva contra el desamparo de la enfermedad
solo es posible si todos los miembros de la colectividad se comportan
razonablemente. La introducción del seguro cambia profundamente el concepto de
enfermedad, como venimos comentando. A la vez que los hombres aumentan sus
aspiraciones a la vez que disminuyen su concepto de responsabilidad. Con el seguro la sociedad es para el hombre,
no al revés. Se reclaman derechos y
garantías y desaparece el concepto de auto ayuda y auto asistencia.
Para reflexionar, sin duda.
Antonio Burgueño Jerez
Patrono Fundación Pro Humanismo y Eficiencia en la Sanidad
burjerez@humanismoyeficiencia.org
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