Hace algún tiempo que alguien me habló del caso curioso de
un pueblecito cuyos habitantes, sin causa aparente, gozaban de mejor salud que
los habitantes de otras poblaciones cercanas. He encontrado la historia
perfectamente resumida en el blog http://caminosquenollevanaroma.wordpress.com
de Pilar Arastey. Sin duda una historia para la reflexión.
En la década de 1960,
antes de inventarse los fármacos contra el colesterol y contra otras afecciones
cardíacas, en Estados Unidos había una epidemia de infartos. En una pequeña
ciudad de Pennsylvania, Roseto, nadie sufría ninguna enfermedad cardíaca antes
de los 75 años. Esto llamó la atención de los doctores Steward Wolf y John Bruhn. Algo pasaba en esa
pequeña ciudad que la hacía diferente. Decidieron estudiar las causas y
publicarlas en el libro “The Roseto Story“.
La
ciudad había sido fundada por inmigrantes italianos procedentes de un pueblo al
pie de los Apeninos llamada Roseto Valfortore. Este pueblo era extremadamente
humilde, y fue por esa razón por la que a partir de 1882 comenzó una emigración
hacia Estados Unidos. Los primeros en llegar fundaron la Roseto americana
y poco a poco fueron recibiendo a sus paisanos de Italia. En 1894 ya eran 1200
los que habían dejado casi desierto su pequeño pueblo italiano para poblar
el nuevo Roseto americano. Debido a los conflictos étnicos entre las muchas
comunidades llegadas a América en esas épocas, cada comunidad (o pueblo) se
mantenía casi mono-cultural (irlandés, ingles, polaco, italiano,…), con lo que
en Roseto, durante la primera mitad del siglo pasado, no se hablaba más que el
dialecto italiano de su zona de origen. Era un micro-mundo autosuficiente y
aislado de su entorno.
Se
empezó la investigación constatando que:
-Nadie
menor de 55 años había muerto de infarto, ni mostraban síntomas de afecciones
cardiacas.
-Los
mayores de 65 sufrían la mitad de problemas cardiovasculares que la media
americana.
-La tasa
total de mortalidad era 35% menor que la del resto de América.
-No
había suicidios, ni alcoholismo, ni drogadicción, y apenas delincuencia.
En
conclusión, en este pueblo… ¡sólo se morían de viejos! ¿Cual era la razón?
¿La
dieta?: Inicialmente se creyó que debido a su origen italiano su dieta
a base de aceite de oliva era la razón obvia. Pero rápidamente descubrieron que
los rosetinos cocinaban con manteca de cerdo, como el resto de los americanos.
Además, las pizzas las hacían con masa de pan (en lugar de con corteza delgada
como en Italia) y ponían salchichas, pepperoni, salami, jamón y huevos, en
lugar de los tradicionales tomates, anchoas y cebollas. En definitiva, que se
habían adaptado a una nueva dieta donde el 41% provenía de las grasas. La dieta
no era el motivo.
¿El
ejercicio?: Los rosetinos ni madrugaban ni hacían ningún ejercicio
especial. Fumaban como carreteros y muchos lidiaban con la obesidad. Tampoco
por aquí andaba la solución al enigma.
¿La
genética?: Se pensó entonces que debía de ser un origen genético. Se
estudió a otros rosetinos italianos que emigraron a otros destinos de Estados
Unidos, y se comprobó que no disfrutaban de la misma salud que los del Roseto
americano. Tampoco la genética lo explicaba.
¿La
región?: Se analizó las otras poblaciones próximas para ver si tenía
algo que ver con el clima, el agua u otro motivo local. Las otras poblaciones
vecinas y algunas muy próximas seguían las medias nacionales. Tampoco la región
dio ningún indicio concluyente.
Cuando
ya no sabían por dónde seguir analizando, comenzaron a observar la situación de
una manera menos científica y más social. Empezaron a ver patrones sociales como que: los rosetinos se
visitaban unos a otros continuamente, se paraban a charlar en la calle,
organizaban comidas vecinales en los patios de las casas. Observaron que era
habitual que tres generaciones de una misma familia vivieran bajo el mismo
techo. Contaron hasta veintidós organizaciones vecinales en una comunidad
relativamente pequeña.
En
definitiva, los rosetinos habían creado una poderosa estructura social de
protección capaz de defenderlos de las presiones del mundo
exterior. Era sorprendente el igualitarismo de la comunidad, que desalentaba a
los ricos a hacer alarde de su éxito y ayudaba a los perdedores a disimular su
fracaso. Todos eran conscientes que disponían de una comunidad dispuesta a
ayudar si era necesario. En definitiva, no sufrían del estrés social en el que
el resto de la sociedad americana estaba sumida.
Esta
conclusión puede resultar un tanto obvia y familiar entre “los mediterráneos”,
donde una paella en familia, una partida de cartas o unas copas con los amigos,
te hacen sentir querido y protegido y te ayudan a poner en perspectiva muchos
otros aspectos de la vida. Las sociedades del centro y norte de Europa (y
parece que la americana también) conciben la comunidad y la familia desde un
prisma algo más lejano e independiente, tendiendo a afrontar la vida de una
manera más solitaria, y en caso de ayuda acuden más al psicoanalista o al
Prozac.
Podríamos
concluir que lo que da la felicidad no es el dinero, sino “los nuestros”: la familia y los amigos, nos alargan la vida.
Antonio Burgueño Jerez
Patrono Fundación Humanismo y Eficiencia en la Sanidad
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