En una ocasión, una persona vinculada a la Universidad
Católica de Murcia, me preguntó sobre el grado de concordancia de nuestro planteamiento
humanista con los postulados del cristianismo. A decir verdad, nunca me había detenido
a pensar en ello, pero por necesidad los valores cristianos que han regido
nuestra sociedad en los últimos siglos debían ser coincidentes con lo que entendimos
y entendemos por humanismo. Y así se lo exprese, con total sinceridad. Hay anécdotas
que marcan en la vida, y esta es una de ellas, la cual derivó en un precioso
seminario sobre humanismo y en una inquietud personal por conocer más a fondo
esa profunda relación humanismo y cristianismo.
Uno de los documentos que mejor describen esa profunda relación,
y muy enfocado a la realidad cotidiana de “los mortales” en la encíclica “centesimus
annus”, publicada con mucha intención un 1 de mayo, concretamente de 1991, y
con motivo de los 100 años de la publicación de la encíclica del Papa León XIII,
“Rerum Novarum”. En aquel momento el Papa se ve en la obligación de intervenir
en el conflicto entre capital y obreros, conflicto en el que no se conocían las
reglas del juego de esa nueva relación en la sociedad. Desde la posición de
coherencia y rigor con la que fue escrita, es indiscutible la influencia
posterior dela misma. Ambos escritos son claves en lo que se conoce como la
doctrina social de la Iglesia. La lectura de las mismas es una fuente de
inspiración a la reflexión, cargada de mensajes.
En palabras de Juan Pablo II, fue "el yugo casi
servil", al comienzo de la sociedad industrial, lo que obligó a León XIII
a tomar la palabra en defensa del hombre. La Iglesia ha permanecido fiel a este
compromiso en los pasados cien años. Efectivamente, ha intervenido en el
período turbulento de la lucha de clases, después de la primera guerra mundial,
para defender al hombre de la explotación económica y de la tiranía de los
sistemas totalitarios. Después de la segunda guerra mundial, ha puesto la dignidad
de la persona en el centro de sus mensajes sociales, insistiendo en el destino
universal de los bienes materiales, sobre un orden social sin opresión basado
en el espíritu de colaboración y solidaridad. Luego, ha afirmado continuamente
que la persona y la sociedad no tienen necesidad solamente de estos bienes,
sino también de los valores espirituales y religiosos. Además, dándose cuenta
cada vez mejor de que demasiados hombres viven no en el bienestar del mundo
occidental, sino en la miseria de los países en vía de desarrollo y soportan
una condición que sigue siendo la del "yugo casi servil", la Iglesia
ha sentido y sigue sintiendo la obligación de denunciar tal realidad con toda
claridad y franqueza, aunque sepa que su grito no siempre será acogido favorablemente
por todos.
A título de ejemplo, pues en próximas reflexiones queremos
entrar más a fondo en esta interesante cuestión, destacamos
una reflexión de Juan Pablo II: “La alienación se verifica en el consumo,
cuando el hombre se ve implicado en una red de satisfacciones falsas y
superficiales, en vez de ser ayudado a experimentar su personalidad auténtica y
concreta. La alienación se verifica también en el trabajo, cuando se organiza
de manera tal que "maximaliza" solamente sus frutos y ganancias y no
se preocupa de que el trabajador, mediante el propio trabajo, se realice como
hombre, según que aumente su participación en una auténtica comunidad
solidaria, o bien su aislamiento en un complejo de relaciones de exacerbada
competencia y de recíproca exclusión, en la cual es considerado sólo como un
medio y no como un fin”. Total nada…
Para aquellos interesados dejamos enlace a la encíclica
Centesimus Annus mencionada.
Antonio Burgueño Jerez
Patrono Fundación Humanismo y Eficiencia en la Sanidad