El pasado miércoles tuve la ocasión de comer con
Antonio Burgueño, Emma Giralt y Lola Server y durante la sobremesa el tema
derivó hacia la estandarización y más en concreto, por qué es tan difícil
conjugar esta normalización con el trabajo creativo.
Estoy convencido que el lenguaje musical es
probablemente un estándar perfecto. Y si
no lo es, está muy cerca de la perfección.
Una partitura permite que una pieza musical que alguien compuso hace
doscientos años, hoy pueda ser reproducida de manera completamente fiable. En
el pentagrama se recoge QUÉ hay que hacer, CUÁNTO debe durar, QUÉ acento debe
llevar, incluso una gran cantidad de información relativa a la técnica con que
se debe hacer. En el lenguaje musical se
definen un sinfín de elementos como son la tipología de escrituras, la altura
del sonido, el timbre, la intensidad, la duración, los matices, el ritmo, la armonía,
los compases, la melodía, la expresión, la complejidad, etc. Para un ingeniero
y músico novato como yo es apasionante ver cómo esto se hace en un número
mínimo de trazos y con una densidad de información increíble.
Si nos fijamos ahora en una orquesta, la coordinación
es perfecta. En un primer nivel, las notas están escritas de acuerdo a patrones
que se repiten (compases), el ritmo está definido (tempo) y coordinado por el
director con su batuta. Los profesionales han dedicado muchos años de su vida a
estudiar el instrumento, lenguaje musical, armonía, etc. Han pasado gran
cantidad de pruebas de selección y en la mayoría de los casos han tenido que
opositar para conseguir la plaza… Son necesarias miles de horas de estudio y
perfeccionamiento técnico. Esta conjunción de estándar, de técnica, de arte y
de coordinación hace que el resultado sea de una belleza tan increíble que
incluso a los que no les atraiga la música clásica no podrán negar que es una
expresión artística única.
Y yo me pregunto, ¿un músico es un técnico o un
artista?… Y la respuesta es que son grandísimos artistas, pero con una técnica
y una estandarización que no creo que exista en ninguna otra profesión. Para
llegar a este nivel, es necesario aprender y estudiar mucha teoría y, sobre
todo, con mucha práctica.
Creo recordar que Pepe Sancho, el actor, fue
presentado en una entrevista como un “grandísimo artista” y el corrigió al
entrevistador diciendo que era un “obrero del escenario”, que lo que hacía lo
hacía a base fundamentalmente de trabajo, técnica y esfuerzo, y añado,
obviamente de eso difícil de definir que llamamos “arte”. Esa parte de la
interpretación que hace que una pieza tocada a partir de una partitura, y
reproducida por una pianola no tengan nada que ver…
Y sin embargo, en nuestra vida profesional, la mayor
parte de nosotros, trabajemos en lo que trabajemos reaccionamos ante la
estandarización pensando que se trata de coartar nuestra creatividad, de
limitar nuestra libertad, nuestra capacidad artística… En definitiva de
convertirnos en robots.
Alguien me dio una explicación a la razón por la que
la música prosperó en el pasado en Europa diciendo que era precisamente por la
tremenda potencia del lenguaje musical que se desarrolló. Si escuchamos un
fragmento de música de casi cualquier lugar del mundo suena repetitivo,
monótono. Y sin embargo, la música Europea es de una riqueza increíble desde
hace muchos siglos. Cuando me lo explicaron concluyeron diciendo que esa era la
razón por la que no hay grandes compositores asiáticos o africanos, también es
la razón por la que no se han desarrollado instrumentos complejos como el piano
o el órgano, o por la que no hay virtuosos de un instrumento hasta el siglo XX
fuera de Europa. La falta de un lenguaje musical, de un concepto de armonía, en
definitiva de un estándar ha hecho que la creatividad se limite, se vea
dificultada hasta el extremo.
Y es que en
nuestros trabajos, como los profesores de orquesta, tenemos que mezclar dos
formas de trabajo muy distintas. En ocasiones tendremos que ser creativos,
imaginativos, etc. Y en otras rigurosos, disciplinados, rutinarios. Igual que
los músicos, mientras tocan en la orquesta prima la disciplina del grupo, del
equipo, no pueden variar lo que dice el estándar (la partitura). Deben seguir, obedecer al director. No se
trata de si soy un artista o un robot en mi trabajo, sino cuándo soy un
artista y cuándo soy un robot. Lo malo es mezclar ambos.
En definitiva, rechazamos el trabajo estandarizado
porque creemos que nos devalúa como personas, que nos hace menos humanos.
Despreciamos los estándares porque mi trabajo es creativo, “soy un artista”. El problema es que al
ignorar que tenemos los dos roles (artista y obrero) no sólo estamos
penalizando gravemente el resultado del grupo, del equipo, sino que estamos
limitando increíblemente nuestra creatividad. Nuestra capacidad de ser
verdaderamente artistas, verdaderamente humanos…
Ignacio Tornos
Auren ConsultoríaSocio
Blog: www.leanauren.com
Twitter: @Torfiti