Estas ante una época de cambios profundos. En el mundo en el
que vivimos quizás lo único cierto e inamovible es, precisamente, el cambio. Los
acontecimientos van más deprisa que nosotros, las personas tardamos más en
evolucionar que nuestro entorno, y do nos crea y genera distorsiones y
conflictos como personas y, sin duda, como sociedad.
Todo cambia, y esos cambios profundos en no pocas ocasiones se contraponen a nuestras
convicciones, a nuestras formas de entender las cosas hoy. Para más confusión
intentamos imaginar el futuro y lo hacemos habitualmente sobre nuestras
experiencias pasadas. En otras palabras, proyectamos el pasado al futuro.
Pensar en el futuro y enfrentarse a los cambios supone que
debemos replantearnos una y otra vez nuestras convicciones y nuestras opiniones
de las cosas y las circunstancias. Y eso es difícil desde el momento que desde pequeños
nos han enseñado a que hay que tener opiniones firmes y que está mal visto cambiar
de criterio.
Como afirma Eduard Punset en su Libro “viaje al poder de la
mente”. Los humanos podemos cambiar de opinión, pero odiamos tener que hacerlo.
Se considera socialmente una frivolidad el hacerlo, y lo contrario una señal de
cordura y lealtad. Estamos ante otro de los paradigmas falsos de esta sociedad.
Sin embargo, nos llenamos la boca en decir que debemos
aprender de los errores. Esta es una de las grandes paradojas equivocadas por
las que guiamos nuestro comportamiento.
¿Realmente sabemos aprender de nuestros errores? Tengo mis
dudas. En primer lugar porque para aprender de ellos primero hay que
reconocerlos. Y después aprender.
Para poder aprender es preciso desaprender primero. Es una
técnica que los psicólogos utilizan a menudo con fines terapéuticos, pero que
rara vez se utiliza con fines cognitivos.
Estamos una sociedad que castiga el error por lo que nuestra
tendencia es a ocultarlos. Y además pocas personas realmente se cuestionan sus
planteamientos y actos en pos de una mejora personal. Se requiere para ello la
suficiente humildad como para ello. Otro valor fundamental para que el aprendizaje
ocurra es, sin duda, el respeto y valoración hacia las opiniones y
planteamientos de los otros. ¿Cuántas personas conocemos que realmente hagan
este ejercicio?
Siguiendo con las interesantes reflexiones que Punset nos
plantea, por otra parte, las convicciones propias nos distorsionan la realidad
de las cosas. Tendemos a deformarlas o, cuanto menos adaptarlas a lo que queremos
entender. Hasta en eso somos subjetivos. Y lo peor de todo es que seguimos nuestra
visión como la verdad absoluta.
En definitiva, un cóctel que conlleve que nos cueste
tremendamente cambiar de opinión. Se ha comprobado que existen las bases
neurológicas del axioma popular según el cual, una vez tomada una decisión es
difícil cambiarla.
Experimentos como el de los psicólogos C.Travis y E. Aronson,
demuestran que hay zonas activas del neocortex cerebral que, literalmente se
bloquean cuando se dan informaciones disonantes con sus convicciones, generando
desasosiego y estrés a la persona.
Ignoramos nuestros mecanismos de decisión, no controlamos las emociones, decidimos
en función de lo que creemos y no de lo que vemos, nos cuesta cambiar de
opinión
Al fin y al cabo se trata de desarrollar las habilidades personales y de
interrelación con el fin de incrementar la confianza en nosotros mismos y con
los demás.
Antonio Burgueño Jerez
Patrono Fundación Pro Humanismo y Eficiencia en la Sanidad