El periodo vacacional tiene muchas
ventajas, entre otras el mero hecho de cambiar de ubicación nos permite abrir
la mente a nuestras reflexiones desde otro punto de vista. Me explicaré.
Como tengo costumbre cuando me
encuentro casa de mis abuelos paternos, me levanto a trabajar y me siento en la
que fue la consulta de mi abuelo. Todo un privilegio. Aún conservada en lugar,
mobiliario y enseres. Es una consulta de médico rural, donde tantos y tantos
pacientes fueron atendidos, escuchados, curados o, en peores casos, aliviados
de sus dolencias o consolados por las consecuencias inevitables de las mismas.
En este entorno, donde he pasado
parte mi infancia y juventud, pero que cada día valoro más, me siento a seguir
reflexionando y estudiando (esta obsesión mía por el humanismo me ocupa desde
finales del siglo pasado…), tratando de encontrar el hilo conductor en la
evolución de la práctica médica en los últimos, tal vez, 70 años. Y de la evolución
en su contexto, es decir, su entorno organizativo y social, que para eso es uno
un gestor y no un clínico. Múltiples iniciativas que he tenido el honor de
impulsar o influir en este campo durante estos años y que, si es de interés, lo
escribiremos en este blog… o donde se considere.
Y hablo de evolución porque no me
creo que haya saltos en la misma, sino que, como toda actividad humana,
evoluciona tan despacio que, como no nos
paremos a analizarlo, buscando dar perspectiva a nuestra reflexión,
difícilmente podríamos entenderlo.
Y todo ello realizado desde una
hipótesis: la práctica médica resultante de la evolución de la misma en los
últimos decenios ha dejado en el camino planteamientos y formas de hacer y
trabajar que fueron considerados obsoletos. O simplemente se abandonaron. Su
pérdida puede ser una de las causas de la realidad compleja y difícil en la que
se encuentra nuestra sanidad.
Cuando se estudia esta evolución
es imposible no hablar del humanismo, término que empieza a estar muy desgastado
por su uso superfluo y, por ende, malo, pero que nos sigue sirviendo para
hablar de la medicina que se vino realizando a lo largo del siglo XX y hasta
tal vez, mediados de los 70.
En el humanismo hay figuras relevantes
como fueron, y son, y ruego se me disculpen las omisiones, Pedro Laín Entralgo,
Gregorio Marañón, Santiago Ramón y Cajal, López
Piñero, Diego Gracia. Todos ellos y otros muchos más, escribieron y
trabajaron en aspectos humanísticos del arte de hacer medicina. Y sus
reflexiones iban mucho más allá de lo que en muchas ocasiones entendemos. Entre
otras cosas, porque el humanismo no es una ciencia, sino una forma de pensar en
la persona y sus actos, sus interrelaciones con terceros. Y ese es un campo tan
infinito y tan complejo como la propia razón de ser del hombre como persona.
El que escribe, humildemente, tan
sólo pretende aprender de todos ellos y comprender y entender la esencia del trabajo
del médico, uniéndolo a la comprensión de la evolución del complejo contexto sanitario
y, finalmente, hacer propuestas para contribuir con mi granito al debate del
futuro de nuestra sanidad.
Esas propuestas, como no puede
ser de otra manera viniendo de un profesional de la gestión y dirección
(Dirigir también es una profesión y una ciencia), deben partir de una visión
holística de la realidad sanitaria. Sólo así podremos aproximarnos más a la
realidad actual e, insisto, con ello a pensar el futuro.
A veces hay que mirar hacia detrás para poder
avanzar hacia adelante. Por mi parte, buscar respuestas a la pregunta de cómo
hemos llegado hasta aquí me ha llevado a apasionarme cada día más con lo que
hago. Sólo entendiendo el por qué de nuestro presente podemos plantearnos con
seriedad el futuro. Toda reflexión que no siga este camino corre el riesgo de
ser, simplemente, un “brindis al sol”.
Antonio Burgueño Jerez, Patrono Fundación pro Humanismo y Eficiencia en la Sanidad