Un nuevo mes y nuevo curso. Hay realidades indiscutibles y una de ellas
es que el verano acaba con una etapa del año y tras el parón de agosto se
inicia un nuevo curso al que el que más y el que menos llega cargado de buenos
propósitos y deseos.
En los próximos
meses, tiempo tendremos de debatir ampliamente y tal vez profundamente la
amalgama de acontecimientos, cuestiones, problemas, retos, etc. que la sanidad
tiene encima de la mesa. Pero en esta primera tribuna del curso quiero reflexionar
sobre los propósitos y deseos, tal vez porque la misma está escrita en pleno
mes de agosto y, por tanto, en pleno parón reflexivo que venimos comentando.
En mi opinión,
no estaría de más que tengamos el propósito firme de tratar de ser “más humanistas”.
Y no hablo de sentimientos, que también. Es mucho más que eso, porque lo que realmente nos hace humanos es la
inteligencia reflexiva, pues el resto de nuestras características son
compartidas en esencia por otros animales.
Pero el humanismo debe ser práctico, en un
ejercicio personal de pasar de lo filosófico a la práctica diaria que nos
convierta en lo que su día denominé “humanistas cotidianos”. Supone, en
esencia, una forma de entender y guiar nuestro comportamiento, y debe
reflejarse en todo lo que hacemos. Es una cuestión intrínseca a la persona, no
ligada a ninguna profesión, no siendo por tanto el humanismo exigible tan sólo
al clínico y a su relación con los pacientes. La consecuencia inmediata del mismo es que se genera una confianza en
el entorno, empezando por la que una persona tiene en sí mismo, pasando por la
confianza en todas las relaciones interpersonales, por la relación de los
equipos de trabajo, la de todos los integrantes de la organización y la de
todos ellos con los pacientes en particular y la sociedad en general.
Ser un
humanista cotidiano es, por tanto, un compromiso de mejora personal basada en
buscar ser un poco más grande cada día. Como escribió Stephen R. Covey, “ser
grande día a día es la verdadera grandeza, que nace desde la humildad y de la
constancia, siendo esto más importante que la riqueza, la fama o el prestigio.
Sin duda requiere de mucha confianza interior para lograrlo”.
Es un buen
propósito ser nosotros mismos, que es el combustible para generar autoconfianza.
No pocas veces la adversidad más grande a la que nos enfrentamos son las
barreras que nos creamos dentro de nosotros. "Quien obtiene una victoria
sobre otros hombres es fuerte, quien lo hace sobre sí mismo es
todopoderoso" escribió Lao Tse. Bajo esa premisa, ¿No debemos preguntarnos
si realmente las dificultades son, en el fondo, positivas para nosotros?
Para Stephen R.
Covey, la mayoría de los habitantes de este mundo son buenas personas que hacen
lo mejor que pueden. No debemos dejar que el ruido de una minoría ahogue el
bien que nos rodea. Esta reflexión no es baladí. Lo negativo destaca y centra nuestra atención mucho más que lo positivo,
así lo afirma, entre otros, Daniel Khaneman, psicólogo premio Nobel de
Economía. Llega a asegurar que nuestro cerebro está preparado, como el de los
animales, por un instinto de supervivencia, para detectar con rapidez las
amenazas y lo negativo, y con ello poder reaccionar. Es por ello que tendemos a
destacar siempre lo negativo de las circunstancias y de las personas. Es aquí
donde la inteligencia reflexiva entra en
juego para generar el hábito de buscar lo positivo y no dejarnos llevar por
el instinto primario de la percepción de la negatividad. Qué es lo más fácil,
pues para identificar lo negativo no tenemos que hacer ningún esfuerzo mental.
Pero todo esto,
sencillo de entender, no lo es tanto a la hora de llevarlo a la práctica.
Supone una auto exigencia personal importante. No en vano, la mejora y el
cambio empieza por uno mismo. "Todo el mundo piensa en cambiar la
humanidad, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo". Aporto unos
principios que pueden ayudar a tan difícil camino:
o Actuar con
integridad, es decir en coherencia entre
palabras y hechos así como cumplir compromisos. Total nada.
o Perseguir la
innovación desde uno mismo: invirtiendo con regularidad
en oportunidades de aprendizaje y mejora, lo que pasa por una constante autocrítica
del propio trabajo.
o Respetar a los
demás: Ya los Indios Siux tenían claro que dejamos de tratar a los demás
con respeto cuando constantemente los juzgamos, o juzgamos mal cada una de sus
palabras y acciones. Hay un crítico detrás de cada esquina.
o Tener empatía
para entender a los demás: Requiere una total trasparencia e ir más allá de escuchar las
palabras para saber ponerse en el lugar del otro.
o Tener capacidad
de adaptación a las circunstancias cambiantes que cada
vez más sufrimos en un momento en que lo único inamovible es el cambio.
o Tener magnanimidad
en el dominio de las propias emociones. El resentimiento, por
ejemplo, en palabras de Malachy Mc Court, “es como tomar veneno y esperar que
la otra persona muera”
o Perseverancia: No pocas veces leemos frases grandilocuentes que nos dicen que luchemos
por nuestro sueño. Pero cuidado: Aplíquese aquí también la inteligencia
reflexiva para analizar si realmente es alcanzable la meta y el camino elegido
viable, porque la frontera entre la persistencia y la obstinación es muy sutil.
En cualquier caso hay que hacer caso omiso a los negativitas y mirar siempre
hacia adelante.
Un compromiso con uno mismo que por pequeños que sean los logros puede
contribuir a la mejora de la salud de esta sociedad y, por extensión, de nuestra
sanidad. Feliz septiembre y feliz curso a todos.
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