Publicado en Sanifax 7 de julio 2014
Otro lunes primero de mes y otra reflexión, pendiente de las
vacaciones que pocas o muchas nos iremos tomando todos. Este mes los temas que
hemos venido oyendo son recurrentes en general, pero no por ello menos
interesantes, a veces, y preocupantes en algunos casos. Por ejemplo: el mantra
que la sanidad no es sostenible. Me pregunto si somos conscientes de la
gravedad de este asunto, que de tanto oírlo se nos ha hecho ya “familiar”. Hace
muchos lustros que esto es así, pero la bonanza económica tapaba de alguna
forma el problema.
Este mes hemos podido leer que la sanidad catalana reduce 30%
las concertaciones, lo que supone meter más presión a la difícil situación de
los proveedores sanitarios empresariales (lo de privados me suena fatal) que
ven reducido un poco más su mercado. Esto, unido a otros factores que están
reduciendo la demanda, hace peligrar a medio plazo la viabilidad de algunos
prestadores. Además leemos que desde el 2004 se ha reducido 62 por ciento la
oferta de empleo en medicina, algo que no me atrevo a juzgar si es bueno o
malo, pues cabe recordar que la Organización Mundial de la Salud pide a España
una mejor planificación de Recursos Humanos sanitarios pues estamos por encima
de 90 sanitarios por cada 100.000 habitantes cuando lo normal es estar en torno
a 50. Tampoco tengo argumentos para juzgar si esta reducción se ha hecho
adecuadamente en todos los casos o no. Paralelamente, se han cerrado 50.000
camas en España y algunos responsables autonómicos se atreven a afirmar que “la
cosa está muy negra” desde el punto de vista financiero.
Pero la cosa no queda ahí. Después de varios años de
presupuestos sanitarios a la baja, insólito hace unos años, leemos que Europa
nos pide un “poco más”, lo que hace prever a juicio de algunas fuentes “nuevos
recortes”. Siendo partidario de la necesidad de los ajustes presupuestarios,
creo que hay margen para mayores eficiencias en la prestación de los servicios
sanitarios públicos. Hay que apostar firmemente por medidas de gestión, con la
consecuente reorganización organizativa y funcional, que conllevan adaptación
de los recursos que se emplean para dar respuesta a una demanda de servicios
determinada. Es tan imprescindible como complicado pensar que esto se pueda
hacer en un escenario organizativo tan inflexible como es el marco público.
En esa línea la estrella del momento es la Gestión Clínica,
concepto que de tanto usarlo vamos a acabar vaciándolo de contenido. Inventada
hace ya unas décadas vuelve al candelero como una medida estructural
fundamental para la solución de los problemas. Por cierto, la Confederación
Estatal de Sindicatos Médicos asegura en informe entregado al Ministerio sobre
el tema que “La Gestión Clínica, se origina a partir del concepto de Clínical
Government, introducido por primera vez en 1998…”, pero a mí no me encaja. Y
tengo un argumento sólido: en 1.997 compré de un libro escrito en 1993, con
planteamientos de gestión nacidos al menos 20 o 30 años antes, titulado
“Gestión clínica. Manual para médicos y enfermeras y personal sanitario”. Como
curiosidad, me costó 3.350 pesetas.
Sea cual sea la fecha de su nacimiento, lo cierto es que se
ha puesto de moda y dada su antigüedad podemos afirmar sin rubor que se trata
de una “moda vintage”, como se dice ahora. Comparto que no en pocas veces hay
que mirar para atrás para recuperar lo que se hacía o se planteaba de bueno
(léase mis escritos en defensa del necesario humanismo para la eficiencia de la
sanidad). También comparto que el impulso de la Gestión Clínica puede suponer
una medida de reorganización y ajuste de recursos nada desdeñable. Lo que no
puedo compartir y me descoloca es que se saque como una novedosa solución.
De esa reflexión nacen mis primeras preguntas: ¿Por qué se
está planteando la cuestión como algo novedoso y que estamos hasta redefiniendo
y replanteando? ¿Por qué no se centra el debate inicialmente en revisar con
rigor y seriedad lo que ya se ha escrito y practicado en otros sitios con el
fin de adaptarlo a nuestras realidades?
Pero confieso que no son mis únicas dudas, y cuanto más leo y
escucho menos entiendo. Y en este caso no es porque esté aprendiendo de ello
(que falta hace siempre), sino por ausencia de comprensión. Dejo para la
reflexión algunas dudas más:
- ¿Por qué elevar a grado de normativa legislativa una herramienta de gestión? ¿No es meter mayor inflexibilidad a un sistema que necesita de todo lo contrario para sobrevivir?
- ¿Cómo se puede ligar el concepto gestión clínica a privatización, sólo porque se hable de dotarlas de personalidad jurídica propia? Y si lo fuera, ¿por qué es malo de salida que un equipo se constituya como sociedad para prestar un servicio?
- En esa línea, ¿Por qué los sindicatos médicos tienen tanto miedo a que el profesional médico trabaje en marcos de mayor independencia profesional?
- ¿Cómo se va a recompensar y compartir resultados (me molesta el concepto “incentivar”) en un marco inflexible?
- ¿Cómo aplicar este cambio cultural que se basa en compartir riesgos y resultados cuando el marco estatutario y funcional se basa en una cultura organizativa opuesta a ello?
- ¿Por qué sólo el profesional médico puede ser el director de la unidad de gestión? ¿Es que las competencias personales de organización y gestión están ligadas a esa profesión? Es más, ¿Están formados los profesionales sanitarios para trabajar y adaptarse a ese nuevo marco organizativo?
- ¿Si ya existen Unidades de Gestión Clínica, porque es necesaria una norma que puede incluso invalidar las mismas si se no cumplen la misma?
- ¿Cómo puede plantearse (cómo lo hacen los sindicatos médicos) que sea voluntario por parte del personal entrar o no en el modelo? ¿Es gestionable una organización donde las decisiones de dirección los integrantes de la misma deciden acatarla o no?
- ¿Es viable en un marco de inflexibilidad plantear una gestión de procesos de pacientes desde su síntoma a su resolución imprescindible para una organización que se orienta a su público? Es decir, ¿es viable equipos multidisciplinares y compuestos por varias especialidades para orientarse realmente al paciente? Y si fuera así… ¿Qué jefe de servicio, especialista médico u otro profesional puede liderar esa unidad organizativa? ¿lo aceptarían los demás voluntariamente?
- ¿Se está convirtiendo la aplicación de la gestión clínica en una excusa para negociación de condiciones laborales y salarios por parte algunos sindicatos?
- ¿Están nuestras organizaciones sanitarias públicas preparadas para el cambio cultural que se propone? ¿Se está teniendo en cuenta cómo afrontar el mimo?
Se me antoja que el camino es más que complejo, es como
subirse en bicicleta los Lagos de Covadonga después de 170 kms de pedalear y
con una bicicleta de paseo. Si la apuesta por la gestión clínica llegase a
arrancar, si no resuelve estas y otras cuestiones los riesgos de quedarse en
“aguas de borrajas” son muy altos. Lo peor es que se sacará como conclusión que
la gestión clínica no funciona, se desechará otros 15 o 20 años, y cuando
“apriete el zapato” se volverá a poner de moda. “Moda vintage”, obviamente.
Antonio
Burgueño Jerez
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